Después de la tormenta de anoche, la residencia flota en un mar de calma. La frescura que la envuelve huele a serenidad. Algunas de mis vivencias de hoy se encienden a mi alrededor como luciérnagas. La clase de lingüística. Una chica escribiendo una frase en árabe en la pizarra. El chico que tradujo la frase al turkmeno. Una reunión con Mustafa y Okan que planean ir a estudiar a Mallorca el año que viene. Cruzarme en la Mesaj Caddesi, "la calle del Mensaje", en Bosna, con varias personas que conozco de diferentes ámbitos dentro de la universidad, y sentir que el tiempo realmente ha pasado desde que aterricé en Konya. Encontrarme luego con Emre, uno de los chicos que asiste a la clase de español que he estado dando en la facultad desde principios de noviembre. Conocer a sus tres compañeros de piso, historiadores del arte todos, de Bayburt uno, de Samsun el otro, de Osmaniye el tercero, y desenrollar la
kilométrica alfombra de una conversación que comenzó justamente con la mención de las alfombras otomanas que aparecen en las pinturas renacentistas de Hans Holbein, pasó por los frescos del monasterio de Sumela y los de las iglesias del museo al aire libre de Göreme, en Capadocia, y culminó no sé bien cómo, con la anécdota del gol de Emil Kostadinov, a pase de Luboslav Penev, con el que la noche del 17 de noviembre de 1993, ambos jugadores del equipo nacional búlgaro, que habían tenido que colarse en Francia, sin visado, por un punto fronterizo un tanto descuidado, dejaron al equipo galo fuera del mundial de Estados Unidos '94. La cuenta regresiva ha comenzado. En pocos instantes no tendré internet. Afuera canta un vigoroso coro de infatigables grillos. A mí me invade el sueño...
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