miércoles, 30 de noviembre de 2011

14.Shift + Ctrl + Konya!

Baklava Fistik en Gaziantep

Entre aquella luna llena sobre Antakya y el sol que brilla hoy sobre el distrito de Bosna Hersek me separan los relajadores parajes de Harbiye, los venerables postres de la valerosa Gaziantep y su inolvidable “Niña Gitana”, la ciudadela de Şanlıurfa y sus legendarias truchas, la sorprendente Mardin de balcones con vistas a la llanura mesopotámica, el paisaje de Karadut, la enigmática majestuosidad del Monte Nemrut arropado por la nieve, un paseo por los alrededores de Kahta, las amplias aceras de Malatya y el dulce sabor de sus albaricoques, la nevada en la carretera camino de Kayseri...


Vistas de Şanlıurfa desde el castiıllo

De este viaje como tesoros, guardo memorias muy tiernas. Mis compañer@s de la universidad, me preguntan, con algo de incredulidad sobre sus rostros, si viajé solo. Quisiera poder decir que viajé solo, pero en realidad, nunca lo estuve. En cada autobús, en cada ciudad y cada pueblo, en cada paraje hubo siempre alguien dispuesto a saber si necesitaba ayuda, alguien que se ofreció a compartir su merienda, alguien que me invitó a tomar un té, alguien que me dijo que si tenía algún problema no dudara en buscarle.



La llanura mesopotámica (Norte de Siria) vista desde un balcón en Mardin

En Malatya, la última escala de regreso a Konya, conmovido casi hasta las lágrimas por la bondad de toda la gente que me había rodeado a lo largo del viaje, tuve que reflexionar al respecto. Para l@s turc@s la palabra “hospitalidad” tiene un significado muy especial. Quizás debería decir que la definición de la palabra “hospitalidad” en Turquía es diferente. Ellos y ellas llevan este concepto hasta otro nivel. Tratar bien al viajero, hacerle sentir bien, como en casa, es algo que está profundamente arraigado en su cultura. Alguien me había explicado poco después de llegar a Konya que según un proverbio turco los huéspedes ocupan un lugar sobre la cabeza de su anfitrión. Algunas veces durante el viaje recordé el esmero con el que en la Odisea los griegos recibían a sus huéspedes o incluso al más humilde caminante que se acercase a sus moradas. También pensé en mi madre, que sé que día y noche a pesar del trajín de clases y exámenes y de las horas que dedica a su nieto, mi sobrino, Carlitos, siempre encuentra ocasión de elevar una oración y pedir que en el camino, dondequiera que me encuentre, me vea siempre rodeado de ángeles. Tengo más de una razón para creer que aquí en Turquía más de algún anfitrión ha sido en realidad un ángel...


En el Monte Nemrut

1 comentario:

  1. Hola Jorge, me ha gustado mucho tu último post, casi me ha emocionado. En verdad los griegos acogían a cualquier viajero, e incluso, como narra la Odisea, les hacían mágnificos regalos.

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