Montañas de Artvin al anochecer, febrero 2012 |
No era la primera vez que me topaba con un teléfono en el cuarto de baño de la habitación del hotel. Pero esta vez, no sé yo por qué, me reí, no sólo para mis adentros...El viaje en minibús desde Kars hasta Artvin llegó a su término poco antes de la puesta del sol. Desde la pequeñísima estación caminé a lo largo de una curva en la carretera que parecía no tener fin. Crucé un puente y no pensé que, para llegar al centro de la ciudad, tuviese que subir toda la serpenteante pendiente que se me anunció al levantar la mirada. Alguno de los conductores de los microbuses que subían y bajaban sin cesar se detuvo a esperarme. Me empeñé en seguir a pie. Como si la luna que brillaba ya sobre las montañas de los alrededores me hubiese guiñado el ojo, me decidí a seguirla por mis propios medios. Una, dos, tres, no sé cuantas curvas más, pasar la otogar principal, la pequeña atalaya en la que se encuentra el centro de información turística, las estatuas de los toros de lucha que crían en la región, las luces de neón de los locales de madera con centelleantes anuncios de cerveza Efes, el supermercado Migros y finalmente la calle principal. Me quedé en un hotel muy agradable en el que el señor que me atendió hablaba un inglés pristino y tenía una forma de comunicarse muy directa y siempre educada. Sus maneras, su trato serio y afable a la vez, y hasta la boina, me recordaron muchísimo a mi padre. No pude evitar sentir simpatía y respeto por él.
Puede que no haya nada más reconfortante, después de una larga caminata mochila al lomo, que una ducha. Luego de tomarla, estaba listo para asomarme a la ventana y volver a buscar esa luna, cuando al intentar abrir la puerta del cuarto de baño me di cuenta de que me había quedado encerrado. Lo intenté una y otra vez...Por suerte tenía la chaqueta conmigo y allí tenía que estar mi móvil...Tenía que estar, pero desde luego no estaba. Volví a tirar de la puerta sin éxito. Me reí de mi situación frente al espejo, y entonces lo vi en el rincón. Mi héroe, el "ridículo" teléfono del que me había reído poco antes...
Marqué el cero, pero la persona que me respondió no era el mismo señor que me había atendido antes. Le expliqué lo que pasaba. Colgué el teléfono y me resigné a esperar. En retrospectiva, muchos "si" en línea pueden inspirar mucha desconfianza. De pronto sonó el teléfono de nuevo. Era la voz tranquila y pausada que me había atendido al llegar. Le expliqué lo que pasaba y esta vez me senté a esperar con la certeza de que pronto llegaría alguien en mi auxilio. Puede que después de una larga caminata mochila al lomo no haya nada más frustrante que quedarse atrapado en el cuarto de baño en una ciudad a la que se acaba de llegar.
Llamaron a la puerta. Les dije que estaba allí. Quienquiera que fuera me dejó hablando solo un rato. Luego escuché sus esfuerzos por abrir, a los que traté de contribuir de mi lado de la puerta. Era un tipo alto, flaco, algo despeinado, de nariz alargada, bigote fino,sonrisa fácil y expresión confiada. Tenía un desatornillador en la mano. Al abrir la puerta poco le faltó para guiñarme el ojo como queriendo decir "Todo está bajo control." Pero un segundo antes de que cerrara la puerta de nuevo con ambos aun dentro del baño, juro que intuí lo que iba pasar. ¡No me lo podía creer! ¡El tipo nos había dejado encerrados a los dos! Esta vez supe inmediatamente lo que tenía que hacer y me dispuse por segunda vez en aquella noche a utilizar el dichoso teléfono. El tipo larguirucho me rogó que no lo hiciera y se afanó desatornillador en mano y con la lengua de fuera en abrir la bendita puerta.
Más tarde en el lobby el dueño del hotel, serio y con su voz pausada, me aseguró que nunca les había pasado algo igual. Decidí creerle. Y ninguno de los dos pudo evitar soltar una risotada luego de que le dije: "¡Gracias a Dios que tiene teléfonos en los cuartos de baño de su hotel!"
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